El aire que entra o sale de los pulmones, lo hace por unos conductos, que van modificando su estructura y su luz a medida que ascienden en su salida al exterior.

Estos conductos son muy finos inicialmente (bronquiolos terminales) y presentan unas 23 ramificaciones (bronquiolos, bronquios terciarios, bronquios secundarios) cada una de las cuales presenta un diámetro mayor que la anterior, hasta confluir en los bronquios principales, formados por anillos cartilaginosos completos revestidos de un epitelio.

Existen dos bronquios principales, uno por cada pulmón, que se unen dando lugar a la tráquea. El bronquio principal derecho es más vertical, más corto y más ancho que el izquierdo, de ahí que los objetos que podamos aspirar se alojen con mayor frecuencia en su interior.

La tráquea es un tubo de unos 12 cm de largo por 2,5 cm de diámetro. Se encuentra por delante del esófago (aparato digestivo) y comunica los bronquios principales con la laringe. Está formada por unos 16 a 20 anillos incompletos, en forma de C, de naturaleza cartilaginosa, dispuestos horizontalmente uno encima de otro. La parte abierta de la C está dirigida hacia atrás, frente al esófago, lo que permite que la tráquea se acomode a las expansiones del esófago durante la deglución.

Los extremos abiertos de los anillos cartilaginosos están unidos entre sí por fibras transversales de músculo liso y tejido conjuntivo elástico. La parte sólida, cartilaginosa, de los anillos proporciona la rigidez necesaria para que la tráquea no se colapse, obstruyendo la vía aérea.

Su función es conducir el aire de los bronquios a la laringe.