Para llegar al diagnóstico del cáncer no sólo se requiere conocer cuáles son sus manifestaciones clínicas, aunque en ocasiones sean estas las que nos pongan en alerta, a menudo incluso de forma intuitiva.
Lo más seguro es que el facultativo requiera de las exploraciones complementarias que vimos en la segunda unidad de trabajo para alcanzar un diagnóstico de confirmación, pero también para conocer la localización, la extensión y diseminación y la gravedad.
- Un primer punto de partida va a ser la analítica sanguínea. Además de apreciar alteraciones en los elementos habituales, como en los componentes formes de la sangre (nos referiremos a las anemias secundarias a la enfermedad cancerosa, a afectaciones plaquetarias o a alteraciones de la línea de los glóbulos blancos, aumentos y disminuciones en el recuento), también podremos poner de manifiesto alteraciones bioquímicas, enzimáticas, hormonales o inmunológicas especialmente en el caso de tumores secretores o sobre glándulas endocrinas o estructuras de defensa.
- Cabe destacar la importancia de la determinación de los marcadores tumorales, que también pueden servir para la detección precoz, cuando aún no ha aparecido sintomatología clara. Por su importancia, dedicaremos un capítulo especial a los marcadores tumorales más adelante.
- La ecografía es un instrumento asequible, fácil e inocuo, que permite detectar masas tumorales mediante ultrasonidos. Se utiliza mucho, especialmente en las neoplasias mamarias, digestivas, tiroideas, etc. Es muy útil para la detección de cistoadenocarcinomas (aquellos que formaban estructuras quísticas, ¿recuerdas?) o de procesos en partes blandas.
- Y muy utilizada es una técnica que combina dos campos, la ecografía y la anatomía patológica: Es la punción bajo control ecográfico, que permite obtener una biopsia de la misma neoplasia, con bajo riesgo de equivocarse de localización.
- No podemos olvidar la importancia que tienen los medios radiológicos convencionales para la detección del cáncer. En ocasiones se diagnostica un cáncer de pulmón de forma casual a raíz de una radiografía torácica realizada al paciente por otras causas, como por ejemplo, en el transcurso de un estudio preoperatorio. El primer diagnóstico de neoplasia pulmonar requiere siempre de una radiografía de tórax de frente y perfil.
- Las pruebas radiológicas más sofisticadas, como la tomografía axial computarizada (TC), permiten conocer en detalle la extensión y localización de las neoplasias, así como la afectación de estructuras vecinas. Se hacen prácticamente imprescindibles para el estudio del cáncer renal, hepático, óseo, etc.
- También es muy utilizada la radiografía con contraste, que permite conocer cuál es el nivel de la invasión de cavidades o la afectación funcional de un órgano por parte del cáncer.
- En ocasiones, necesitaremos del estudio isotópico (gammagrafía), que nos permitirá conocer la actividad de la neoplasia desde el punto de vista funcional o de secreción de sustancias (es el caso de los nódulos tiroideos) y detectar las afectaciones metastásicas y la siembra a distancia de tumores.
- Los estudios por endoscopia permiten acercarse directamente a las neoplasias que crecen en la luz de tubos o cavidades, por lo tanto, de especial importancia en las tumoraciones de tubo digestivo (faringe, esófago, estómago, tramos superiores del intestino delgado –para las porciones yeyunales o ileales no sirve, ya que es difícil ir más allá del duodeno en una endoscopia alta-, colon, sigma y recto).
- La sola visualización de la masa permite en ocasiones intuir su malignidad por la presencia de ulceraciones o zonas necróticas.
- Además, posibilitan la obtención de muestras anatómicas biológicas por biopsia de la misma tumoración, ya que se visualiza la tumoración o la zona que se supone afectada de forma precisa.
No obstante, el diagnóstico de confirmación del cáncer es siempre anatomopatológico, es decir, que requeriremos de un estudio biópsico en el que visualicemos las células alteradas y a las que asignaremos criterios de malignidad, como ya hemos comentado anteriormente.
Es el momento de que revises lo que has aprendido en la segunda unidad de trabajo sobre las exploraciones complementarias si tienes dudas sobre alguna de las pruebas que aquí se citan.
Los marcadores tumorales son una serie de sustancias que pueden detectarse, dependiendo del tipo de marcador, en sangre, orina, heces u otros tejidos del organismo y cuya presencia en una concentración superior a determinado nivel puede indicar la existencia de un cáncer.
Es un tipo de cáncer o tumor maligno que se desarrolla a partir de tejido glandular y puede originarse en diferentes partes del organismo, principalmente ovario y páncreas, más raramente en apéndice, tiroides y glándulas salivares. El nombre proviene de que se forman pequeñas vesículas o quistes llenas de líquido y tapizadas por células tumorales. Existen dos variedades, el cistadenocarcinoma seroso en el que los quistes están llenos de un líquido seroso claro, y el cistadenocarcinoma mucinoso en el que la sustancia de los quistes es de consistencia gelatinosa. La variedad benigna de este tumor se denomina cistoadenoma.