Los educadores, dependiendo de las características personales de los individuos deben utilizar distintas estrategias de motivación:
- Tener una actitud positiva y dialogante: el éxito del proceso puede depender en gran medida de la empatía o entendimiento que se produzca entre el paciente y el educador.
- Hacerle sentir cómodo: ofrecer una imagen más real y positiva de lo que realmente sabe hacer. Elogiamos primero la parte que realiza correctamente, para posteriormente corregir los malos hábitos de higiene.
- Escuchar de manera activa: cuando sea necesario aclarar algo, es mejor anotarlo y hacerlo al final para evitar interrumpir al paciente.
- Motivarlos a continuar en el procedimiento, pero evitando crear falsas expectativas, animamos al paciente a realizar un correcto cepillado. Si posee buena higiene le alabamos y le felicitamos, de esta forma ve recompensado su esfuerzo.
- Salvaguardar su autoestima, sin entrar en juicios de valor que le puedan afectar.
- Resaltar todos los logros y mejoras que el paciente consiga mediante refuerzos positivos.
- Ofrecer ayuda activa. Llamarle por teléfono para facilitarle o recordarle sus citas, interesarse, derivarlo al profesional más idóneo si es necesario.
- Eliminar las posibles dificultades que dificulten el acceso al tratamiento: miedos, horarios, dificultades económicas (ofreciendo pagos fraccionados, por ejemplo), etc.
- Marcar objetivos claros y alcanzables. Con un plan claro de cambio de conducta. Se debe ser realista en los objetivos y establecer las fases del tratamiento más convenientes, de acuerdo con el paciente.