Caso práctico: el gato en nomina
Hace un tiempo, un niño de 8 años insistía en volver a comer a un cierto restaurante en el que estuvo con su familia. No paraba de repetir lo bien que comió. Sus padres no entendían muy bien la insistencia hasta que en un momento dado cambió el nombre del restaurante por el restaurante del gato naranja. No era el restaurante del tiramisú, de la ensalada de colores o del jugoso filete con patatas fritas. Era el restaurante del gato naranja.
La evaluación de la calidad del restaurante estaba basada en algo totalmente accesorio y que no tenía nada que ver con criterios objetivos relacionados con la comida, con el precio o con la rapidez y amabilidad en la atención (que eran más bien mediocres). Sin embargo, la valoración del restaurante, entendida como satisfacción del cliente, era muy alta. Al menos de "este cliente".
No sabemos si los propietarios eran conscientes o no de disponer de una terraza externa al restaurante con un gato amable, que se dejaba acariciar, y que seguramente hacía las delicias de otros niños que arrastrarían a sus padres nuevamente a comer unos platos caros y no especialmente bien elaborados. Lo que sí es cierto es que el gato merecía estar en la nómina de la empresa.
En este caso real nos surgen algunas preguntas. Por ejemplo, ¿cómo influyen los servicios complementarios en un servicio principal? ¿qué influencia tienen en el cliente terceras personas?¿qué papel ocupa el factor emocional subjetivo en un servicio o producto?